La necesidad de expresarnos y comunicarnos como fenómeno inherente a los seres humanos ha llevado, a través de los siglos, al desarrollo de la escritura en sus múltiples formas de expresión gráfica.
Desde la manifestaciones prehistóricas en el Paleolítico superior (aproximadamente hace 35.000 años) halladas en las cuevas de Altamira (España), Lascaux (Francia), entre otras, hasta el moderno soporte informático, ha quedado demostrado lo vital que esta necesidad de comunicación ha sido y sigue siendo a través del tiempo y del espacio.
Alrededor del 4500 a.C. ya en la Mesopotamia surgió la escritura que fue evolucionando hasta convertirse en el medio de expresión con las características que conocemos hoy en día.
La ardua tarea de comunicación fue modificándose y evolucionando pasando de los signos cuneiformes y los jeroglíficos, de los caracteres chinos y los glifos mayas, destacándose las distintas características de los sistemas de escritura que difieren unos de otros, pero que persiguen todos el mismo objetivo, es decir, la comunicación como medio de interacción humana.
Del largo camino recorrido llegamos vía transmisión del arcaico alfabeto griego a los etruscos y de estos a los latinos concretándose la propagación de la escritura a toda Europa a través del Imperio Romano.
La romanización lingüística de España queda consagrada cuando se adopta el latín como lengua cultural y popular y más tarde como instrumento litúrgico cuando la Iglesia se hace “Romana”. España entera se romaniza y el idioma romance o romano pasa a ser lengua imperante reflejada esta influencia principalmente en la toponimia. [1]
Del sistema de signos utilizados para escribir, ya sea escritura alfabética, silábica, ideográfica o jeroglífica lo que interesa es destacar otra acepción que encierra el vocablo escritura, a saber, el arte de escribir que va de la comunicación de un simple mensaje a la elaboración de una obra más compleja (literaria, científica, etc) que incluye un proceso cognitivo- acumulativo que difiere de un país a otro, y de una época a otra.
La lengua española o castellana, como se suele llamar en algunas regiones de Latinoamérica, es una lengua que pertenece a todos los hablantes por igual siendo rica en su expresión cuantitativa ( 400 millones de hispanohablantes) como en su riqueza lexical, fonética o gramatical.
Dada la cantidad de personas que dominan el idioma y teniendo en cuenta la diversidad geográfica donde el mismo impera, es obvio que haya diferencias no obstante la existencia de una norma estándar que regulariza el uso del mismo.
Como decía Bernard Shaw con relación al idioma inglés, aplicable en este caso al español: Nos separa una lengua común.
La diversidad y el dinamismo de esta lengua hablada en 22 países es el sello que la hace particular porque encierra un bagaje que refleja culturas disímiles que poseen a la vez un marco común dentro del cual los hispanpohablantes pueden comunicarse y entenderse.